Este miércoles 25 de noviembre, como cada año, es el día mundial para eliminar la violencia contra la mujer. Todo tipo de violencia, sin excepciones. Los números –40 mujeres asesinadas por violencia de género en lo llevamos de año y 1.073 desde el año 2003 cuando se comenzó a hacer un registro de este horrendo dato– nos recuerdan que una vez más esta jornada es una urgencia. Números que tienen nombre: Nuria, Ana, Isabel, Auxiliadora, Iria, … y André, Juan, Lucía …

Lejos de ideologías y políticas oportunistas, dedicar una jornada para darnos cuenta de la urgencia de un compromiso continuo en la lucha contra la violencia y el maltrato a la mujer, parece un anestésico de conciencias cuando en realidad es una denuncia abierta y un compromiso personal y comunitario con lo que realmente cambia esta realidad: LA EDUCACIÓN.

Educar supone profundizar en valores profundamente humanos que vacunan a niños y jóvenes contra cualquier enfermedad del alma como la resolución violenta de conflictos, el abuso de poder, el maltrato al diferente o la superioridad por razones de sexo u otras similares. No bastan los lemas hermosos y las campañas reivindicativas, es imprescindible hacer una opción personal de vida sustentada en principios humanos robustos: la libertad, la igualdad, la justicia y la dignidad. Una labor lenta pero poderosa, que va dejando semillas de humanismo en los más pequeños y que con el tiempo crecerán hasta transformarse en mujeres y hombres capaces de hacer de nuestro mundo un lugar de convivencia igualitaria.

Dos son las figuras que para nosotros destacan como modelos de comportamiento integrador y defensor de la mujer: uno de ellos es Jesús de Nazaret y su trato exquisito con las mujeres de su tiempo que vivían sometidas por una sociedad patriarcal y leyes muy rigurosas respecto a su estatus social. Son muchos los ejemplos que podemos citar en este sentido, como el diálogo junto al pozo con la mujer samaritana (Jn 4,5-43) o la defensa de una mujer adúltera acusada falsamente de provocadora (Jn 7, 53-ss). El otro es la figura de Paula Frassinetti, mujer de su tiempo que se empleó a fondo para que los niños, especialmente las niñas, tuvieran lo necesario para crecer sanos por fuera y por dentro, íntegros como seres humanos, iguales en todas sus virtudes, complementarios en sus facetas personales.

Este es el espíritu que deseamos para nuestros jóvenes y niños, convencidos de que tenemos una posición privilegiada para llegar a ellos e invitarles cada día a convertir nuestra sociedad en un espacio de encuentro, de no violencia y de integración.

DECIMOS NO A LA VIOLENCIA DE GÉNERO !!!