El tiempo va pasando y ya estamos en el mes de Mayo. El curso pasado la situación de pandemia y confinamiento nos impidió disfrutar del rejuvenecimiento anual de la naturaleza. Pero en éste sí que podemos hacerlo. Los campos y montes adquieren ese color de lo nuevo, de lo que renace, color de la vida. Olor a hierba y a naturaleza explosionando. El trinar de los pájaros anuncia un cambio de estación y las flores que brotan por doquier adornan prados y jardines de ciudades y pueblos. El sol calienta e ilumina más tiempo y con una fuerza diferente. Todo parece hablarnos de vida abundante y nos reconforta en medio de las tribulaciones y fatigas cotidianas. Salgamos a las calles, a los campos, a la naturaleza a sentir esta frescura y dejarnos invadir por una verdadera «normalidad».

Es el mes que mejor representa a María, la madre de Jesús. Siendo ella la que ofrece al mundo la Vida, es el mes de la vida el que sin duda alguna la define mejor. Florece en María  una manera de ver y de relacionarnos con el mundo diferente. Como mujer de su tiempo, la historia nos describe a María entregada a su casa, a su familia, a su gente. En silencio, desde la sencillez, siempre atenta a las necesidades de los demás, cercanos o lejanos. Dios la elige a ella para algo especial, a ella y no a otra, pero seguramente cualquier mamá cumpliría con acierto el mismo encargo. En ellas, en nuestras mamás, aprendimos quién fue María, su significado como mujer y como escogida por Dios para ser la mujer de referencia.

Madre atenta a las necesidades de su hijo, amiga leal y cercana, compañera generosa y entregada, María desde su papel en la vida de su hijo, se ha convertido en un modelo de seguimiento del propio Jesús. Una palabra a tiempo, un simple «aquí estoy» cambió para siempre el futuro de la humanidad. A diferencia de lo que podríamos pensar, su silencio no era aislamiento sino oración. Observadora atenta, veía, sufría, se alegraba, compartía y, sobretodo, lo conservaba todo haciéndolo meditación en su corazón. Lo transformaba dentro y lo devolvía de la manera más adecuada para cada momento. Su silencio no era inacción, si no oración activa y transformadora. Los testimonios que tenemos sobre ella así nos lo confirman.

El papa Francisco ha iniciado una maratón de oración este mes para poner en manos de Dios a través de María el sufrimiento de la humanidad por la pandemia que vivimos. El silencio de María se hace una vez más oración meditada y a ella dirigimos nuestros deseos.

Todos los títulos, nombres, sobrenombres o atributos que le hemos ido poniendo a María son adornos de la mujer, madre, amiga y compañera que fue y sigue siendo. ¡Dios te salve María!