CONTAR CUENTOS, UNA MANERA DE EDUCAR

CONTAR CUENTOS, UNA MANERA DE EDUCAR

El cuento siempre ha sido un recurso educativo muy poderoso. Aprendemos muy pronto qué es la mentira y sus consecuencias con el cuento de Pedro y el lobo, o dónde encontramos la verdadera belleza escuchando la narración del patito feo. Los más atrevidos van creando el cuento a medida que van narrándolo, usando personajes inventados, animales cotidianos o escenarios fantásticos.

Narrar bien un cuento es todo un arte que padres y madres suelen dominar, mientras perfeccionan la técnica pedagógica de enseñar valores, intentando llegar al aún poco profundo interior de los más pequeños. Incluso añaden tonos diferentes, voces simpáticas o mimos ilustrativos al texto leído.

Os proponemos en esta ocasión, este cuento tradicional persa sobre la codicia y sus ataduras. Interesante, sencillo y actual. ¡Cuántos escaparates, objetos, cosas son nuestro oro hoy que nos impiden ver lo que de verdad importa!

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EL HOMBRE QUE SÓLO VEÍA ORO

Érase una vez un hombre cuyo único pensamiento era tener oro, hacerse con todo el oro posible del mundo. Era un pensamiento atronador que le vociferaba dentro de la cabeza y de su corazón.

No era capaz de pensar en otra cosa, ni de tener otro pensamiento, desear o querer otra cosa que no fuera el oro.

Cuando paseaba por las calles de la ciudad contemplando escaparates, sólo veía las joyerías o platerías.

ORO

 No se daba cuenta de que había gente pasando a su lado, ni tenía ojos para el arte o

 la naturaleza que le rodeaba. Sólo veía oro, oro, oro….

Un día no pudo resistir más: entró en una joyería y empezó a llenarse los bolsillos de collares, pulseras, perlas, anillos y pendientes de oro.

Naturalmente, cuando se disponía a salir del comercio fue detenido en el acto por los vigilantes del negocio. Los policías le preguntaron:

– Pero, ¿cómo podrías pensar que te ibas a salir con la tuya y escapar así por las buenas con todo el botín? La tienda estaba llena de gente y los guardias te observaban desde que entraste.

– ¿Posible? – dijo el hombre sorprendido – No tenía ni la más mínima idea de que había gente en la tienda. Yo solo veía el oro.

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